A pesar de todo, sigo creyendo en
el sistema representativo. Pienso que no es posible meter en el Parlamento a 40 Millones de personas, aunque sea de manera
virtual, para debatir todas y cada una de las normas que se deben crear,
derogar, desarrollar o modificar. Ni aún en el caso de las más importantes. Lo
cual no quita que sí esté convencido de que es imprescindible mejorarlo,
articulando la manera de que los ciudadanos puedan y deban participar en relación
a la toma de decisiones de forma inmediata a través de referéndums y otros
mecanismos de participación directa, pudiendo aprovechar, así mismo, las
tecnologías de las que disponemos en la actualidad.
También sería imperativo
articular férreos controles a los políticos para evitar el clientelismo, el
enriquecimiento y, en definitiva, la estafa social; poner límites a los
mandatos y a las percepciones económicas, establecer incompatibilidades entre
cargos, profesiones, etc. Es decir, sabemos que el sistema necesita un reinicio
cuasi completo.
Los actuales dirigentes y políticos
profesionales que nos dirigen han perdido toda credibilidad. Así, por ejemplo,
la señora Bañez a la que, hasta el día de hoy nadie conoce más oficio ni
beneficio que el que tenía aquella colaboradora de no sé qué cargo de la
Diputación de no sé donde, entrevistada en Salvados, ¿os acordáis? y a la que
el ínclito Señor Presidente tuvo a bien colocarnos como Ministra de Trabajo,
manda güevos, que diría el señor Trillo. Pues bien, para esta Sra., los mayores
de 55 años a los que, gracias a su magnífica reforma laboral, les han echado a
la calle, no son más que unos vagos que no quieren volver a trabajar y se
conforman con cobrar 400 eurazos del ala. Un pastón. Por eso ha decidido
quitárselos, a ver si se ponen las pilas y aceptan alguno de esos magníficos
empleos que tanto abundan en este país. O mejor, que se vayan a Alemania con
sus hijos.
O la Sra. Mato, colmo de los
despistes, que se tropieza con Jaguares y demás faunas automovilísticas en su
garaje y se cree que es que los regalan con el carrito de la compra de
Mercadona (bueno, a lo mejor a algunos, esto sí les ocurre, ¿verdad, Luis?).
O la Sra. de Cospedal y sus ya
famosas simulaciones diferidas finiquitadas, o difericiones similitadas
finicosas, o….
O el Sr. Oscar López, ahora
apoyo, ahora no, a maltratadores ex peperos, mientras la víctima de éste tiene
que vivir en el exilio (una más) y, revivir en estos momentos la angustia que
le produjo el cerdo sentenciado como tal.
La lista sería interminable. Sin
embargo, todo ello, no ha hecho que deje de creer en la política. Más bien al
contrario. Estoy convencido que es la solución. La política limpia, claro. ¿O
acaso no es política la movilización ciudadana que se produjo el 15M, la
actividad de las asociaciones ecologistas, o la de los que se rompen la cara
para evitar los desahucios?
Sin embargo, la movilización
ciudadana no es suficiente. Ni siquiera, en su vertiente asociacionista. No se
puede esperar que estas élites alejadas de sueldos y pensiones ridículas, de
hipotecas abusivas, de obligaciones y subordinadas perpetuas e infinitas, de
aires irrespirables y aguas y alimentos envenenados arreglen problemas que,
para ellos son negocios económicos. Han convertido la sociedad en que vivimos
en un tanto tienes, tanto vales, obligándonos, porque así nos han educado sibilinamente,
a mirar todo bajo el prisma de la optimización económica. La Sanidad no es
rentable, la Educación no es rentable, la Justicia no es rentable. ¿Y por qué
tiene que ser rentable? ¿Quién ha dicho que deba ser un negocio?
Por ello, creo en partidos como
Equo, o en asociaciones como ATTAC, Stop Desahucios, Plataforma de Afectados
por Hipotecas, y en general, todas aquellas que persiguen la Justicia, desde el
punto de los derechos de los ciudadanos, considerándoles como seres humanos y
no como simples datos económicos y estadísticos andantes.
Y creo porque en éstas no hay
profesionales de la política sino trabajadores por cuenta ajena y autónomos,
funcionarios, parados, gentes con diferentes inquietudes, alegrías y penas
personales, con puntos de vista sobre aspectos vitales en casos diferentes,
pero que tienen algo que les une por encima de otras cosas: la convicción de
que es preciso asegurar el bien común removiendo las estructuras de un sistema
que oprime hasta la asfixia a unos mientras engorda las cuentas en paraísos
fiscales de otros.
A ver si nos vamos dando cuenta
que hay que dejar de lado algunas de nuestras diferencias y poner en valor lo
que nos une: el sufrir a una casta de parásitos a los que hay despojar de sus
privilegios antes de que acaben con nosotros. Y no vale quedarse en casa el día
de las elecciones o votar en blanco, lo cual es legítimo, legal y hasta democrático,
porque es un error, que lo único que consigue es que, con menos votos, los
mismos sigan gobernándonos, incluso con más poder, como ya ha ocurrido, por
ejemplo en el caso de las últimas elecciones gallegas. En la práctica es lo
mismo que votar al PSOE, al PP o lo que terminará siendo igual, al populismo de
Rosa Díez (paradigma de político profesional y buscavidas) y su UPyD. No se puede esgrimir aquello de que
todos son iguales, porque no todos los somos. ¿O vosotros sí?
Está claro que aquello que en la transición se vendió como democracia fue un engaño, engaño que ha permitido el saqueo de lo público para enriquecer a los suyos. Es necesaria una regeneración política exhaustiva, el germen está incipientemente en el parlamento, significativamente en foros y asambleas en la calle, urge que este germen prospere para evitar daños que costará muchos años y sufrimiento reparar.
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