martes, 22 de mayo de 2012

Entre Pitos y Silbidos

Tremenda polémica nacional la que hay montada. Este viernes se disputa la final de la Copa del Rey de fútbol entre el Athletic Club de Bilbao y el F. C. Barcelona. Pues bien, parece ser que, lejos de centrarnos en un supuesto espectáculo balompédico entre dos equipos, el del sr. Bielsa, que ha conseguido hacer jugar como los ángeles a un puñado de chavales que, hasta la fecha, nos habían hecho creer que sabían correr y poco más y el del sr. Guardiola en su enésima final de los últimos cuatro años, la diversión estará en si una, la otra o las dos hinchadas en perfecta comunión convertirán el Vicente Calderón en una especie de Coliseo dedicado durante unos pocos minutos, a la práctica del silbo mientras se ejecuta el himno unificador de los pueblos hispanos.
El caso es que el jaleo está servido. Desde Esperanza, erigida en la nueva Agustina de Aragón, o de los Madriles, que al caso nos vale, hasta los curritos de a pie, han puesto el grito en el cielo ante semejante agresión a la integridad de nuestro país. Se me ocurrió, en medio de una conversación sobre tan interesante tema comentar a dos compañeros que no somos el único lugar en el que estas cosas ocurren y cité el caso de la selección francesa, también de fútbol, abucheada en el mismísimo Parque de los Príncipes de París. Y para qué más. Que si eso es diferente. Que si eso es porque están invadidos por hordas extranjeras de sarracenos y moros precursores del perroflautismo, y así. Pero que en España, es diferente y, por tanto, inconcebible.
A mí, que soy poco dado a levantarme por las mañanas y decirme a mí mismo “Buenos días, me llamo Paixer y soy español” (ojo o gallego o madrileño o…), ni suelo aferrarme a bandera alguna, de este momento me llamó la atención lo fácil que es hacer saltar a la gente con un tema de este tipo y, en comparación, lo poco indignado que está alguno ante la terrible situación en la que, en realidad nos encontramos.
Tenemos de facto el país intervenido, lo que supone que las decisiones económicas y, por tanto las políticas son tomadas allende nuestras fronteras. Para más señas entre Bonn y Berlín. Como escuché a alguien decir en la tele el otro día, si estuviéramos en la Edad Media estaríamos anexionados a otro país. O por decirlo de otra manera. Lo que no consiguió Alemania con dos Guerras Mundiales parece que lo va a lograr a través del hábil manejo de los mercados y las instituciones financieras internacionales: anexionarse el resto de Europa. ¿Que soy tremendista? Bueno, ustedes verán.
Así pues,  la España que conocíamos hasta ahora no ha sido vencida por los intereses de los nacionalistas peninsulares sino por el feroz liberal-capitalismo. No han sido los rojos republicanos sino aquellos que han estado escondidos tras las máscaras de leales monárquicos constitucionalistas.
Y de esto, ¿qué dirán los militares? Casi mejor, ni pensarlo.
Por tanto, entre el tema de los pitos y silbidos y la vuelta a los papeles del romántico asunto de Gibraltar con su épico tufillo a aquellos gloriosos días de la reconquista de Perejil, se ha conseguido desviar la atención de cosas superfluas como el asunto Bankia, las vacaciones de Carlos Dívar, las movilizaciones en pro de la educación pública, los líos de la Corona o el ruido de los perroflautas frente la sede de La Caixa. Ya no importa la prima de riesgo, ni los Eres, ni los suicidios, ni las políticas de los títeres del Gobierno español en favor de salvar el dinero de los acreedores alemanes aunque sea a costa de la piel de los ciudadanos españoles. Lo importante es que no se deshonre al Rey, al himno y a la bandera.
Recuerda en algo a cuando en Mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levantó vara, piedra o navaja en mano para expulsar al invasor francés y restaurar a un rey, Fernando VII, monarca sanguinario, traidor y defensor del absolutismo pero….español. O todo lo español que puede ser un Borbón o en su momento un Austria.
España no es un ente en sí mismo. No tiene una soberanía intrínseca a su territorio. Durante mucho tiempo, residía en el  monarca de turno y su carácter divino. Después, pasó a las manos del pueblo. O eso dicen. Por lo menos así glosa en la Constitución del 78. Pero esto ya no es así. La soberanía partió más allá de nuestras fronteras y ahora reside en Bonn, en Manhattan o en el ciberespacio. Lo cierto es que los ciudadanos españoles ya no somos responsables de nuestros aciertos o nuestros errores.
Resumiendo que, en tiempos duros, cuando la crisis aprieta y ahoga, el agitar las banderas e invocar la patria siempre surte los efectos que los gobernantes, que tan hábilmente nos manipulan, precisan para continuar disponiendo a su antojo del poder económico y por tanto del político. Y es que, para que haya ricos siempre debe haber pobres. Y cuanto más pobres éstos, más ricos aquellos.