jueves, 6 de septiembre de 2012

Manzanas Envenenadas

Alfredo fue un emigrante gallego de esos que a finales de los años 70 dejó su aldea, cogió a su mujer y a sus dos hijos pequeños y se marchó a Londres a trabajar. Allí vivió compartiendo pequeños apartamentos con otros familiares. Vamos, lo que en los últimos años hemos conocido en España como pisos pateras, para entendernos. Fue alternando distintos modestos empleos, sobre todo en la hostelería. Alfredo no era un hombre con estudios. En aquella época y en aquellos lares, desde muy pequeños, se les educaba en una filosofía práctica basada en que, únicamente, el esfuerzo y el trabajo eran el medio para conseguir un determinado objetivo vital. Este no era más que ganarse la vida, tener para construirse poco a poco, con paciencia, su casa en su aldea y, a poder ser juntar unos ahorrillos para, algún día, retirarse a esos ásperos campos gallegos con Maruja.
Alfredo regresó, ya sin Maruja a la que la vida la venció y no pudo terminar con él el camino hasta el final y compartir el resultado de su proyecto con su marido, y se fue a vivir a la casa levantada con el resultado de horas y horas de duro trabajo, y con unos pocos ahorros con los que complementar la pensión de jubilación. Ahorros que confió a esa figura de la aristocracia aldeana que el tiempo ha terminado por situar a la misma altura que el cura, el alcalde, el médico y el comandante del puesto de la Guardia Civil, tal cual alguna peli de Berlanga: el Director de la Caixa Galicia al que, por alguna extraña  razón, algunos lugareños continúan con la costumbre de rendir pleitesía y de agradecer sus embustes con variados productos de la tierra en no pocas ocasiones.
En él deposita su confianza y sus ahorros. Y a cambio recibe lo que, con el tiempo se descubre es una manzana envenenada: Obligaciones Subordinadas.
Alfredo nos deja en el año 2010 sin siquiera suponer que, con el paso de apenas dos años, aquellos modestos ahorros que consiguió juntar estaban a punto de evaporarse en medio de nebulosas de extrañas palabras, de mercados secundarios, de productos híbridos, de cotizaciones infernales.
Y ahora, mientras sus hijos andan deambulando de un lado a otro, mendigando, al menos un mínimo de información, que les permita recuperar algo de lo que Alfredo les dejó, el señor de Guindos aprovecha las rebajas de Agosto para comprarse un chalet nuevo que le ha quedado muy apañadito de precio, pues no sabe de números ni nada el señor ministro, los directivos de las Cajas y Bancos españoles se frotan las manos con los dineros que les van a quedar cuando se jubilen o el señor Adelson deshoja la margarita de ver en que pueblecito de este país bananero monta su mega burdel con la financiación concedida por bancos españoles que, volverán a hacer ricos a unos cuantos y terminaremos pagando unos muchos. Y si no al tiempo.
Y es que, de todo esto, lo peor es la impotencia que estos miles de afectados sienten al comprobar el grado de indefensión ante un sistema que varía las leyes a su antojo para seguir beneficiando a los poderosos y al que no le tiembla el pulso si tiene que ofrecer más sacrificios humanos a las fauces del volcán de los mercados, la banca o los grandes empresarios con tal de saciar su voraz apetito.

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