miércoles, 28 de diciembre de 2011

La Nueva Era

Y como guinda fatal del pastel de un año aciago, lo que temíamos ocurrió. La derecha oficial de este país alcanza la mayoría absoluta en unas generales en las que el PSOE visita el semisótano de los infiernos electorales. El grado de poder alcanzado por el PP, al sumar al Gobierno central la mayoría de Comunidades Autónomas y Ayuntamientos es el mayor desde que se murió el otro gallego. Lo primero que me gustaría resaltar del traspaso de poderes son esas imágenes en las que los nuevos ministros toman posesión de sus cargos pronunciando solemnes discursos en presencia de sus antecesores, ayer  enemigos acérrimos, soldado fajadores del cuerpo a cuerpo en la trinchera parlamentaria, y hoy amigos de toda la vida a los que tendrán cuidado de no defraudar. No es que vea preferible el agrio insulto a la dialéctica de la razón, pero es llamativo el ver como aquellos que antes se proferían los más serios insultos, las más duras descalificaciones, se abrazan, se besan, se desean toda clase de parabienes. Será la Navidad. O será una clara muestra del paripé de lo que algunos denunciamos: Estamos en manos de un bipartidismo teórico que no es más que la cara y la cruz de una misma moneda.
Lo segundo a destacar es la inclusión en el Gobierno de antiguos miembros de bancos de infausto recuerdo, de quebrada memoria, del pistoletazo de salida de una crisis que intuyo más grave en cuanto a lo que significa de ruptura y casi desaparición de ideales, de un sistema que creíamos manejar, que se suponía garante de nuestro bienestar común por encima de lo individual. Ahora ya tenemos nuestros tecnócratas, aunque a estos, al menos, los han elegido una mayoría de electores.
No sólo eso, sino que incluso, sin cortarse lo más mínimo el Ministro de Defensa viene directamente de una empresa privada del sector armamentístico. Un entendido en la materia, dirán algunos. Un amigo, dirán otros.
No es de extrañar los abrazos del señor Rosell (el de la CEOE), dejándose la piel en meter los codos para dar sus parabienes a los nuevos ministros del Reino ni su sonrisa de mandíbula floja, feliz por la cascada de medidas que el nuevo Ejecutivo tendrá a bien obsequiarnos para ahorrar los más de 16.000 millones de € que han de recortar por culpa de lo gastones que somos los desagradecidos mileuristas de a pie, los vagos funcionarios o el incordio de pensionistas, minusválidos y demás chupópteros y viles desalmados que poblamos este santo país. (Por cierto, no sé por qué, me acaba de venir a la memoria el nombre de Gerardo Díaz Ferrán, ¿alguien se acuerda de él?).
Porque lo triste del caso es que al final somos los obreros (sí, volvemos a echar mano de conceptos marxistas, ¡hay que joderse!) los que terminamos pagando los platos rotos y hasta la vajilla de plata.
Así pues, el nuevo comando salvador de las cuentas del Estado viene tijera, segadora, rebarbadora, y demás instrumento cortante que tenga a mano para dejar los campos más limpios que una patena. Eso sí, de ajustarle el cinturón a Amancio Ortega y demás prohombres de nuestra sociedad de consumo, ni palabra. Tampoco de meter mano al cachondeo fiscal imperante en cualquier actividad profesional o empresarial que se precie.
El caso es que el otro día, estando yo en el dentista, me dije –joder, para esta gente no debe haber crisis, porque la consulta está a tope. También pensé que esto sería como todo: a unos mejor que a otros. Cuando me marchaba, y después de haber sufrido los dos empastes de rigor, la recepcionista me dice que son 100 €. Saco el dinero de la cartera y se los entrego, junto con un ligero dolor entre el pecho y el estómago. Con la misma, salgo de la consulta y me doy cuenta de que ni me han dado ni yo he pedido factura o justificante alguno por el servicio realizado. Total, no la puedo desgravar y los dentistas están exentos de IVA. Pero me da por hacer unas cuentas rápidas, a bote pronto: pongamos, no sé, 20 pacientes al día, seguramente más, pero bueno, dejémoslo en 20 teniendo en cuenta que, como en esta consulta son varios profesionales trabajando. A 100 € de media, son 2.000 € al día. Pongamos 23 días de trabajo al mes, total 46.000 € al mes. Independientemente de otros impuestos, imaginemos, que sí generaran IVA. Pongamos un tipo reducido del 7 % por tratarse de un servicio de tipo sanitario. El resultado sería una cantidad de IVA de unos 3.000 € al mes. Tengo entendido que en España hay más de 20.000 odontólogos. Cogiendo sólo la mitad y reduciendo a cero la otra, tendríamos que 10.000 profesionales de la odontología, generando al mes 3.000 € de IVA, supondría una cantidad mensual de 30.000.000 de €, lo que supondría en un año, la nada despreciable cifra de 360.000.000 de €. Alguien podría decir, sí pero al final lo repercutirían sobre el paciente, como todo. Sí pero otro también podría contestar, vamos a tarificar servicios y a inspeccionar su cumplimiento.
Esto es sólo un ejemplo en un caso muy concreto, pero haciendo una extrapolación y un control exhaustivo de la mayoría de las actividades profesionales y empresariales obtendríamos una generación de ingresos realmente más eficiente y sobre todo más equitativa.
Más que recortes, que también, lo que hay que hacer es gestionar con eficacia los recursos y sobre todo con honradez. Y como este valor parece que ha desaparecido, si alguna vez lo hemos tenido, de la esencia misma del ser humano, habrá que reforzar los mecanismos de control sobre los directores y gestores de las administraciones públicas y cortar las manos a todos aquellos que la tengas demasiado largas.
A este respecto comentar lo frustrante que es ver como tantos ciudadanos son capaces de seguir manteniendo en el Gobierno a presuntos delincuentes. Ya no se trata de simples trajes, sino de complejas redes de amiguismo que van desde sastres de almacén a yernos de monarcas. No hay que obviar que los responsables últimos de que esta presunta gentuza robe a la vista de los ojos de la gente, con más descaro que estilo, es de los mismos ciudadanos. Qué imprescindible se hace la educación, esa con la que quieren a acabar, para poder avivar el sentimiento crítico del pueblo. Hace falta mucha más literatura y menos ruta del bakalao.
Siguiendo con el tema de los recortes, comentar que si continúan por la senda de aplicar la técnica del torniquete a los gaznates de los trabajadores, habrá un momento en que dejará de apretar y terminará ahogando. Y para eso no falta mucho. Cinco millones de parados y algunos iluminados proponen abaratar el despido. ¿Se tratará de conseguir llegar al pleno desempleo? Con más parados, muchos ya quedándose sin prestación ni subsidio, con sueldos más bajos los que continúan trabajando o tienen que agarrarse a lo que les dan, el problema de que los bancos no den crédito dejará de tener importancia. Nadie podrá ir a pedirlo. Con la desaparición en la práctica del contrato indefinido y las posibles nuevas medidas que, a partir del día 30 pongan en vigor los modernos salvadores patrios, para conceder una hipoteca, los bancos van a pedir el aval de hasta el alcalde de su pueblo. Eso sí, ellos a lo suyo. Que el BCE les deja pasta al 1 % para hacerla circular, pues nada, mejor compramos deuda previamente inflada de manera especulativa de algún país de estos que está en crisis que nos la pagan al 5-6 % que tenemos muchos gastos. Que luego hay que cubrir las pensiones de nuestros directivos, y estos no encuentran cinturones con los que apretar esas barrigas tan dilatadas.
Para acabar con este desahogo de lo que se nos viene encima mencionar que, si antiguamente utilizaban la lobotomía para meter en vereda a aquel pobre desgraciado que, tuviera o no problemas psíquicos, cayera en manos del doctor Frankestein de turno, hoy se estila usar la televisión. Y para uniformar nuestras mentes, de por sí homogeneizadas por efecto de los mass media, nada mejor que fusionarlas todas en una especie de fuente de monopensamiento ultra conservador, no vaya a ser que a alguien se le ocurra seguir dando cobertura a los perro flautas esos que pegan a los pobres policías que cumplen con su labor de sacar, por orden del banco, a las familias que han dejado de pagar sus casas por haber querido vivir por encima de sus posibilidades.

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